lunes, 21 de abril de 2014

Días de sol





Un día despertaste y tuviste que llevar a tu hijo o hija a su primer día de jardín de infantes. Te aferraba fuerte con su mano para que no lo sueltes. Hoy, en retrospectiva, parece que el tiempo pasó demasiado rápido. Y, de pronto, estás delante de las puertas del colegio secundario con una versión crecida de ese pequeño. Quizás también tenga temores pero ya no te aprieta la mano. Apenas te da un beso de despedida y se  adentra a ese nuevo mundo de la preadolescencia.
¿Cuándo fue que  se hizo “grande” y ya no te necesita para matar monstruos por él?

No es nostalgia, tampoco tristeza. Es contemplar con extrañeza el resultado del paso del tiempo. Es mirar hacia atrás y suspirar orgullosa de algo tan simple como delicado: ser testigo, partícipe y compañera (madre, en resumen) de ese ser otrora indefenso. Hoy camina a su paso;  tu niño, tu niña.

Y llegan nuevos desafíos, otros amagos de libertad, problemas de colores diferentes. Te sueltan de a poco; empiezan bajito y van ganando altura como esas aves medio torpes y desplumadas que recién se inician en el oficio del vuelo, apropiándose del cielo.
Algunas veces sólo podés mirarlos desde abajo y abrir las manos y los brazos por si acaso se caen. 

Qué empresa tan delicada e interminable es guiar, contener y cuidar sin soslayar su individualidad.

Un día, con un nudo en el alma, comprendés que ya no sos su primera opción para hablar de lo que sienten, lo que les pasa; cuando sabés (porque las mamás sabemos) que no tuvieron un buen día pero no quieren contártelo a vos.

Pero todo se equilibra naturalmente el día que coinciden en una charla «más de adultos». Y otro día caés en la cuenta que las sombras de los dos cuando caminan a la par bajo el sol son exactamente de la misma altura.  Quizás sea el universo obrando su magia el que te hace algo más chica a vos y los agranda otro poco a ellos para ponernos siempre juntos.

Y sonreís deseando que siempre sean más los días de sol.

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